jueves, 26 de abril de 2012

Descenso al Infiernillo

Tras un asado en la casa del Pelado Peralta, una aventura misteriosa del payador con su amigo Lacho Meilán, en el Dorrego profundo.


Una noche misteriosa,
un poco pasao de copas,
volví con mi amigo Lacho
Meilán de lo de Peralta.


Estos dos hermanos calvos
simbolizan la amistá
y la ejercen con el alma
en toda oportunidá.
Hace ya como diez años,
somos vecinos pegaos
y si a uno le falta el pan,
el vino, yerba o azúcar,
una noche de verano,
no tiene más que cruzarse
al vecino generoso
que seguro tiene listo
el mangazo ya en la mano.


Pero el asunto es que apenas
salimo e lo de Peralta,
la luna, que estaba llena,
de pronto se puso negra.


“Ahijuna”, dijimos ambos,
ques como decir los dos.

Redepente, a la altura
de Juan de Dios y Berutti,
comenzamo a percibir
un poco de olor a azufre.


La cosa se puso fiera
y no podían faltar,
en este rigreso negro,
unos chocos cimarrones
que parecían cancerberos.

“Hermano”, le tiré al Lacho,
me parece que bajamo
ahurita mesmo al infierno…”.


Y aunque naides me lo crea,
ansina mesmo ocurrió:
una juerza misteriosa
a los dos nos arrastró
en intenso remolino
y en medio de refucilos
juimo a parar a un lugar
suterráneo y muy caliente,
con un río maloliente,
y mi amigo retrucó:
“Tiene razón, mi estimao,
si no estamo en el infierno
siguro en el Infiernillo”.

Bicho siempre ha sido el Lacho
y tenía toa la razón,
porque a esa zona e Dorrego
se la llama “el infiernillo”
por unos horno e ladrillo
que proveyeron a toda
la obra edilicia de entonce.


Áhi nomás nos abrazamos
y lloramo la desdicha
como si juéramos niños:
“Estamos muertos, la pucha,
adiós a los asaditos”.

“Te dije, no tomés tanto”,
y empezaron los reproches
entre fiambres dorreguinos.

En eso, una voz se oyó
luego de un trueno tremendo
y tras una nube oscura
apareció nada menos
que el patrón de los susuelos.


“Señores, no se priocupen”,
dijo el Diablo como un gaucho,
y continuó recitando
cual si estuviera copleando:
“podrán volver a la vida
si cumplen ciertas promesas
y callan el gran secreto”…


No entendimos dimasiao
lo que dijo este sujeto
horrible hasta el espanto,
vestío de colorao
con mameluco de amianto.


Entonce le priguntamo:
“De qué promesa está hablando,
de qué se trata el secreto”…
Lucifer, sin dar un paso,
se sentó sobre una silla,
hecha con un esqueleto,
y lanzó su parlamento:

“Deben prometer, señores,
que cuando güelvan al rancho,
serán mejores sujetos
y gauchos dignos de encomio,
y no estos bandos perfectos
en que se han convertío.

Gauchos borrachos, qué feo,
si se vieran al espejo…
Si no, yo me encargaré
de traerlos nuevamente

acá abajo, y sin retorno”.

“Pucha que salió al verre
este Diablo moralista”,
riflesionó don Horacio…

“Tenís razón, no había visto,
ni siquiera imaginao
que Lucifer se mandara
semejante moralina”…


Por estas obias razones,
le reclamamo al mentao:
“Disculpe, don Satanás,
pero es un poquito estraño
que siendo usté un personaje
más picante que el tabasco,
nos obligue a hacer el bien
y no nos mande ahura mesmo
a hacer líos endiablaos”.


Se puso de pie, enojao,
el dueño del Infiernillo,
no se podía creer
que se lo haya cuestionao
y en tono docto lanzó.

“Oigan, señores, les pido:
ustedes ya se han mandao
tres o cuatro pal ricuerdo,
y ya tienen que cortarla…
que yo los vengo siguiendo
desde abajo muy seguido
y además aflojenlé
al chupi, que están muy ebrios”.


“Miren, señores, yo soy
un personaje inventao
por vuestra imaginación,
los miedos y las mentiras
por siglos muy bien creídas,
así que ahura no vengan
a pedir esplicaciones:
traten de portarse bien
y de defender al débil,
de asistir siempre a los pobres
y luchen porque Mendoza
no se llene de ladrones
de guantes blancos, garcones
que bajan todos los días
en sus privados aviones”.


“A la pucha”, nos dijimos,
“qué Diablo politizao,
maneja de economía
como si juera Mercau.


“Como usté diga, maistro,
con tal de volver al rancho,
acectamos condiciones,
pero aun resta que diga
cuál es el secreto, entonce…”.


“Ah, cierto, ya me olvidaba…
el secreto es, señores,
que no esisten de verdá
ni cielo ni infierno ni eso
que le llaman purgatorio.
Una sola realidá
hay pa todos los mortales
en todo tiempo y lugar
y en toditas las naciones
aunque se sigan creando
infinitas religiones”.


Y siguió filosofando
Satanás como un sabihondo:
“Ansí que ya saben ahura:
lo que hagan acá en la vida
es lo único importante,
no se salva el que más reza
sino el que lucha con juerza
por la justicia constante
e igualita para todos,
sin distinción de linajes.

Yo jui un guerrero de esos
pero se me jue la mano
y ansí me echaron del cielo
y sabe muy bien don Dios
que soy ángel que fue güeno
y terminó en el infierno”.


Dispués sentimos un ruido
como de puertas canceles
que chirrian y que se abren…
Las nubes negras y olientes
como de gomas quemadas
en un piquete cercano
áhi nomá se disiparon
y de pronto rigresamo,
como por arte de magia,
a Berutti y Juan de Dios.


“La pucha que pegó juerte
el vino de don Peralta”,
le dije al Lacho ni bien
ricuperamos la marcha.
Y él me tiró, abrumao:
“Yo no sé si ha sido el vino,
lo que sí sé compañero,

es que ha sido una leción
salida del mesmo Infierno,
y además acuerdesé
que en estos pagos vivieron
muy bravos napolitanos
que son de palabra dar
y devolver a chuzazos.
Ansí que mejor hagamos
desde ahura, pa no ser finaos,
la paz y ya no la guerra
y sigamos los consejos
del Diablo napolitano”.


Y ansí con estas palabras
dignas de Majatma Gandi,
seguimos nuestro camino
conversando sobre el hecho
estraño pero verídico
sucedío en las entrañas
del más profundo Dorrego.



25 de abril de 2012

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